Acápite: Primera entrega de ‘Bigudia’. Saga de Miserias Mínimas.
TODO LO BUENO
Ella lo miró a los ojos y por un instante su mente se vio invadida por todo lo bueno. Internamente denominaba ‘todo lo bueno’ a ese cúmulo de vivencias que habían servido para construir la única pareja que le había durado en la vida. Aquella primera cita en el McDonald’s de Flores y la discusión con la empleada regordeta a causa de la temperatura polar de las papas. El cine de los miércoles. Ese domingo en que se lo presentó a sus padres. Asado había, era una ocasión especial, y el tipo se comió como media vaca sin sacar la vista del plato. La primera vez que lo vio desnudo, todos esos pelos. Estaban en su casa e hicieron el amor con las ventanas abiertas de par en par. Hacía calor, muchísimo calor, y él hacía un ruidito como de toro embravecido con cada jadeo. Le causó un poco de gracia, pero no se rió. Después las excursiones al Tigre, la vez que le chocó el auto contra el gomero mientras el pobre —iluso— intentaba enseñarle a manejar, la luna de miel en Brasil, el departamento de Almagro, el premio de la lotería que sirvió para comprar el taxi en el que por accidente terminó naciendo Florencia. El viaje a Italia sin los chicos. Tantos recuerdos lindos tirados a la basura. Todo lo bueno.
‘Quiero el divorcio, José. Te estás cogiendo* a Clarita, no tiene caso negarlo.’
Eso le dijo. En más o en menos. Quizás agregó algún insulto, no lo puedo asegurar. Hijo de puta* o sorete*. O algo más suave. Miserable (por imaginar algo que tenga que ver con la presente sección).
Él la miró a los ojos y por primera vez en su vida no supo qué decir. Se estaba cogiendo a Clarita, sí. Desde hacía varios meses. En el telo de la vuelta, en el sótano de la panadería, en el auto, en el departamento de Damián. Pero nunca en su casa. En su cama. Coger con una extraña en el hogar conyugal le parecía una obscenidad, una trastada de pésimo gusto que había refrenado en más de una ocasión, a último momento, pero refrenado al fin.
Le gustaba Clarita. Era veinte años más joven que Sofía y la cosa física se le daba muy bien, la vivía con genuino entusiasmo. Además tenía buenas tetas*, y como todos deben saber o intuir, un buen par de tetas es suficiente argumento para cualquiera. Sobre todo cuando se ofrecen, y ese sin duda era el caso. Ella lo había buscado a él, no al revés. En ese punto tenía la conciencia tranquila. O medianamente tranquila. O no tan sucia. En cualquier caso ya no importaba demasiado.
‘Está bien, Sofía. No lo voy a negar, hacemos como a vos te parezca.’
Eso le dijo. En más o en menos. Quizás ensayó alguna justificación, no lo puedo asegurar. Lo que sí confirmo es que de su boca no salió ruego alguno. Solo resignación.
Permanecieron en la mesa algunos minutos que parecieron horas. Mudos. Inmóviles. Luego se despidieron con algo de esa frialdad atroz que surge cuando un hecho posee la potencia suficiente para dividir a la vida misma en un antes y un después. Sin embargo se prometieron mutuamente un arreglo civilizado. Era la una de la tarde. Quizás una y diez.
Celular de Clarita, mensaje de texto, una y media: ‘Vamos a tener que dejar de vernos por un tiempito, beso.’
Celular de Damián, mensaje de texto, una y media: ‘Te espero donde siempre. Estoy contenta, preparate porque hoy sí te voy a dar hasta que se te caiga.’
Y eso es todo. Una pequeña historia de miserias y miserables sin conclusiones del autor. Solo hechos que podrán o no ser valorados por los amables lectores. El segundo mensaje tiene dos remitentes posibles, y según cuál se elija cambia el sentido del relato, aunque no su carácter de tragedia. La estaba escribiendo para mi blog, pero finalmente la presento en este espacio, que también es mío (o al menos una cuota parte). Es que hoy en día no me sobran demasiadas palabras para andar repartiendo. Uno escribe y publica donde toca, qué tanto. Carajo*, mierda*.
* Términos expresamente autorizados por el Amado Líder para ser utilizados a discreción y con todos sus derivados si fuera el caso.
Tengan ustedes muy buenas noches.