– Bonjour, dit le petit prince.
– Bonjour, dit le marchand.
C’était un marchand de pilules perfectionnées qui apaisent la soif. On en avale une par semaine et l’on n’éprouve plus le besoin de boire.
– Pourquoi vends-tu ça ? dit le petit prince.
– C’est une grosse économie de temps, dit le marchand. Les experts ont fait des calculs. On épargne cinquante-trois minutes par semaine.
– Et que fait-on de ces cinquante-trois minutes ?
– On en fait ce que l’on veut…
« Moi, se dit le petit prince, si j’avais cinquante-trois minutes à dépenser, je marcherais tout doucement vers une fontaine… »     (*)
Le petit prince Cap XXIII- Antoine de Saint-Exupéry

No entiendo a los viejos.
La gente de mayor edad -por una cuestión generacional, supongo- desconfía de todo lo que tenga que ver con la informática y los nuevos avances de la maravillosa era de la información que estamos viviendo.
Quiero decir, la reticencia inicial a usar las herramientas que hoy tenemos a disposición implica un cambio de paradigma, una manera muy diferente de realizar cosas que por años ellos han venido haciendo de otra manera, y todos sabemos lo difícil que es para todo ser humano enfrentarse a los cambios.
Pero teniendo en cuenta las ventajas de las nuevas herramientas, reconozcamos que su comportamiento es rayano en el absurdo.
Los vemos todos los días, dos horas antes de que abran sus puertas, haciendo cola frente a las sucursales de todos los bancos, para cobrar en efectivo el dinero de sus jubilaciones y pensiones, realizar los pagos de algunos servicios y operaciones por el estilo.
¿Cuanto tiempo ahorrarían si, como los jóvenes solemos hacer, realizaran sus operaciones por internet, a través de un cajero automático, o telefónicamente?
Pero no, a pesar de los achaques propios de la edad, de la incomodidades, de los avatares del clima, etcétera, ellos se empecinan en la rutinaria espera en lugar de usar una verdadera solución que tienen ahí, al alcance de la mano.
Me da cierta ternura verlos a veces munidos de una banqueta plegable que llevan para al menos esperar sentados, termos, mate y bizcochos que comparten con los otros viejos pero no dejo de pensar en cuánto mejor estarían en la comodidad de sus hogares, haciendo sus trámites en la comodidad de su sillón favorito, en el momento que lo desean, bebiendo la infusión de su preferencia a la temperatura de su preferencia, y charlando animadamente con el resto de los cofrades a través de una videoconferencia si así lo desean, amparados del sol, la lluvia, el viento, los descuidistas...
Contra toda lógica siguen obcecadamente guardando la receta de la pastafrola de la tatarabuela en el mismo papel ajado por los años y manchado con los restos del dulce de membrillo de preparaciones hechas montones de años atrás, cuando con un par de clics y en cuestión de segundos tienen la misma receta y otras versiones del mismo plato o postre en la web, sin la necesidad de revolver durante una hora ese cajón donde guardan, además de la receta mencionada, montones de otras porquerías.
Continúan reuniéndose a jugar los mismos juegos de cartas, a las bochas...juegos que hace cien años ya eran antiguos, pudiendo jugar en la web miles de nuevos juegos, con infinidad de variantes para todos los gustos...
No los entiendo, no puedo entender cómo, cuando se dan cuenta de que cada vez les queda menos tiempo en este mundo siguen desperdiciándolo en esos pasatiempos inútiles...
Qué se yo....
Tampoco quiero dedicar tanto tiempo para dedicarlo a tratar de entenderlos. En unas pocas horas sale mi vuelo...¿no les dije? Voy a ser uno de los primeros en comprar el nuevo Stronzophone TCK o el OGT2. Todavía no decidí cuál de los dos comprar, es que como todavía no los lanzaron oficialmente no sé bien las diferencias entre ellos. Dicen que saldrán a la venta en dos semanas, en el ínterin seguramente podré informarme mejor para decidirme. Vuelo hoy porque ya hay decenas de fanáticos haciendo cola y no me lo pierdo por nada del mundo.


(*) - Buenos días – dijo el principito.
- Buenos días – dijo el vendedor.

Era un vendedor de píldoras perfeccionadas que calman la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.

- ¿Por qué vendes eso ? – dijo el principito.
- Es una gran economía de tiempo – dijo el vendedor. – Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
- ¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos ?
- Se hace lo que se quiere...

"Yo - se dijo el principito – si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría sin prisa hacia una fuente..."