El Imperio contraataca

Me están metiendo la mano en el bolsillo.

Foto gentilmente cedida por Shimmy

Anoche, mientras preparaba un emocionado discurso de agradecimiento y ensayaba ampulosos ademanes subido encima de una banqueta que hacía las veces de púlpito, sonó el teléfono. Desde el otro lado del tubo me llegó una voz áspera, metálica, que me informó sin dar mayores rodeos que algunas de las boletas que sirvieron para confirmar mi permanencia en el elenco estable de MIB habían sido impugnadas por el equipo técnico-jurídico del señor Mark Hamill. En rigor de verdad fueron todas las boletas, hecho que al parecer modificaría levemente el resultado de la elección.

Según el nuevo recuento, mi contrincante ha ganado cincuenta y tres a cero.

Perder la plaza a manos de Skeletor puede convertirse en un golpe difícil de digerir. Ser eliminado por Barack Obama es, sin duda alguna, un hecho desmoralizante. Sucumbir frente a Lorenzo Lamas puede tener algo de oprobioso. Pero ser derrotado por el señor Mark Hamill es un asunto por demás complicado. Existen muchísimas cosas que uno puede permitirse en esta vida. Muchísimas. Menos una. Perder con Mark Hamill a algo. A lo que sea.

Sin pensarlo demasiado arrojé el discurso al cesto de la basura, salí de mi cubículo, atravesé el pasillo de la redacción e irrumpí furioso en la oficina de Skeletor.

¡Oh amado líder! Si usted viera lo que ha hecho ese montón de huesos vetustos con su oficina. Con su escritorio de cedro. Con su foto de Kojak. Con su ceja postiza. Con el látigo que utilizaba para azotarnos luego de cada mala palabra. Con el fichero en el que guardaba aquellos contratos leoninos que nos obligó a firmar. ¡El horror!

Echando espuma por la boca indagué acerca de las razones que motivaron la impugnación de mis boletas, y el muy cretino, con sus botas azules apoyadas sobre el escritorio de cedro y fumando un habano importado (oh sí amado líder, fuma y pone las patas llenas de barro sobre la mesa) me explicó que las mismas excedían por medio centímetro el largo permitido, y que el asunto ya era cosa juzgada.

Poseído por el demonio amenacé con recurrir ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (a pesar de mi profesión no tengo muy claro ante quién debo recurrir algunas decisiones), pero el muy desfachatado se paró encima del sillón de cuero (oh sí amado líder, su preciado sillón de cuero) y me mostró los glúteos. Y no solo los mostró, sino que inició un suave bamboleo mientras tarareaba la melodía de la guerra de las galaxias.

Cuando estaba a punto de asestarle un violento puntapié en el centro de la zona expuesta, ingresaron algunos de sus secuaces liderados por Lorenzo Lamas y me sacaron del recinto a empujones.

“Pase por el departamento de intendencia y devuelva la máscara, el sable láser y la credencial. Luego regrese al cubículo y retire los objetos personales que le interese conservar”. Todo esto me lo dijo Lorenzo con una sonrisa burlona dibujada en el rostro.

“Esto no se queda así Lorenzo”, aventuré yo, sabiendo que también podían pedirme que devolviera más cosas.

Cuando abrí la puerta de mi cubículo tuve la desagradable sorpresa de hallar a Mark Hamill en pleno operativo de desempaque.

“Padre”, me dijo.

“Padre las que me cuelgan. Hiciste trampa Hamill, te quedaste con mi puesto de escritor habiendo obtenido menos votos”, acusé.

“¿Escritor? A mí Skeletor me dijo que estoy contratado para actuar en la remake del Regreso del Jedi”, contestó extrañado.

Quedé pasmado.

“¿Pero cómo se puede ser tan imbécil y seguir vivo? Es extraño que Skeletor todavía no lo haya colgado de las pestañas”. Esto no lo pensé en ese momento, pero lo pienso ahora.

En fin… No sé qué fue lo que me conmovió. Si los saltitos que pegaba, sus ojitos brillantes o el corte taza al estilo de los buenos viejos tiempos. La cuestión es que no tuve el coraje suficiente para enfrentarlo.

“Sí Hamill… El Regreso del Jedi. Con Kenobi, Yoda, la princesa Leia y Han Solo. Todos. Incluso ya reanudaron la producción de los muñequitos de cada uno de los personajes”. Eso fue lo que le dije mientras cerraba la puerta y me escabullía de puntillas escaleras abajo.

La culpa no es del chancho sino del que le da de comer.

Ha llegado la hora de seguir el ejemplo del resto de mis compañeros y unirme a la resistencia. De entregarme a la tarea de la reconquista. De alzar al pueblo en armas. De hacer tronar el escarmiento. De romper las cadenas de la opresión. Y llegará el día en que desfilaremos por los pasillos de la redacción como lo hizo en su momento el general De Gaulle por las calles de Paris, vitoreado por todos y cada uno de los franc…

Bueno, está bien, me callo.

Sin embargo deseo remarcar que yo gané. Y hay una encuesta que lo prueba. Pero bueno… ¿qué remedio me queda?

Además no me pagaron los últimos dos cheques.


Tengan ustedes muy buenas noches.